Diego Sierra abre la puerta de su patio cervecero como quien está por entrar al núcleo de algo poderoso. La cervecería Epulafquen queda casi al final de una calle en un barrio común y silvestre de la Villa. En esa media mañana mentirosa, la garúa no amaina y el gris plomizo del cielo explota los colores de la zona por donde nos movemos.
Diego y su mujer compraron en el año bipolar 2001 un terreno que solamente habían visto por fotos, ahí apoyaron el dedo índice como si se tratase de un botón tele transportador y hacia allí fueron. Porteños exiliados del hormiguero diario aterrizaron en la Villa. Diego es gasista matriculado, laburó de eso hasta que se dio cuenta que su cerveza podría surfearlo hacia un oficio que lo apasiona. Crecieron a pasos agigantados con sacrificio, paciencia y un par de remos enormes en la orilla de un país que tropezaba sin hacer pie.
Diego tira una copa para nosotros y otra para él. Afuera sigue la garúa y estamos dentro de su patio cervecero. Golden Ale, Stout y Pale Ale. La Stout desprende un aroma a café que produce un cosquilleo. Puede estar nevando con intensidad, que esa es la cerveza adecuada para transcurrir. Buscadores incansables de cerveza, estudiosos y viajeros. Cuentan con una fábrica hermosa y un restaurante muy recomendable.
En general casi todos los que emprendieron el viaje de producir cervezas comenzaron sus andanzas con elementos muy rudimentarios. Pablo con un tanque de lavarropas, Diego con algunas ollas. A partir de ahí gastaron cuadernos anotando temperaturas y registros , viajaron, googlearon, conocieron y nunca más dejaron de cocinar. Mañana es mejor decía Luis Alberto, y cuánta razón sigue teniendo.